Los esqueletos me estaban disparando con su arco,
pero yo también tenía uno, asi que empecé a disparar derrotando uno por uno. A
mi apenas me hacían daño con mi armadura de diamante encantada. Cuando derroté a todos me fui corriendo a
casa, a encantarme todo, porque ahora venía el más grande de todos, ¡ El
esqueleto gigante!.

Al día siguiente salí al jardín a esperarle.
Al rato oí un chillido de un monstruo enorme y de repente el esqueleto gigante
vino a mi jardín y me lanzó una de sus explosiones. Me tomé las manzanas que te
hacían invencible durante un tiempo y empecé a dispararle con mi arco. Él me
seguía disparando, pero no me hacía casi daño.
Cuando bajó le pegué con mi espada. La vida
me empezaba a bajar, el efecto de las
manzanas se estaba acabando y el esqueleto gigante tampoco tenía casi vida.
Pero vuelve a subir y empieza a dispararme con sus flechas y esquiva las mías.
A él le quedaba una flecha para morir y a mi
una explosión, me quedé sin flechas y no llegaba a pegarle con la espada. Pero
lo que él no sabía, es que yo tenía una mascotita.
Levanté una chuleta de cerdo que tenía
guardada y silbé. De repente, se oye un rugido que dejó a los árboles sin hojas
y el esqueleto gigante se paralizó de miedo.
Vino un dragón gigantesco de color
negro y le digo.- Ven chico, lánzale un balón al esqueleto gigante para que
juegue -. Al dragón se le ponen los ojos
rojos, se le abre la boca y lanza una bola de fuego enorme y le da al esqueleto
gigante de lleno. Se quemó y se convirtió en ceniza. Cogí la ceniza y le dije a mi dragón. – La próxima vez le
lanzas un rayo ¿vale chico?.- y dijo el dragón.- vale.-

Y la próxima vez que luché, me hizo caso y le
lanzó un rayo.
.
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.